Hace poco mientras compraba las cosas para celebrar el día del padre con mi abuelo, me encontré en el supermercado a nada más y nada menos que a una de mis galletas favoritas de la infancia: La Festival.
Es una simple galleta rellena de una cremita rosada y tiene como un estampado de adornitos en la propia galleta. Es divina, se le siente un golpe de azúcar al final, espectacular.
Inmediatamente al verla saltaron a mi cualquier cantidad de recuerdos pero el mejor de todos ellos fue un viaje que hice con mi papá cuando tenía como 8 años a Santa Helena de Guairen en la frontera de Venezuela con Brasil o como comúnmente le llaman aquí: La Gran Sabana.
Mi papá que siempre fue un consentidor de nuestro estómago, llenó la camioneta donde íbamos junto con otros tíos con cualquier cantidad de galletas y la que abundaba sobre las demás era, si, la galleta festival.
Ese fue un viaje muy entretenido porque solo éramos mi papá y yo (bueno y el otro montón de tíos masones, pero tu me entiendes).
Siendo el hijo del medio siempre sentí que tenía que luchar por obtener la atención de cualquier persona pero durante esos días, no fue así. Por muy egoísta que suene, no había nadie más para mi papá en esos días que yo y eso me hizo sentir mejor de lo que el pudiese imaginar jamás.
Pensando en ese cuento y sabiendo que pronto viene el día del padre, creo que quiero reflexionar un poco sobre la importancia de los padres en la vida de uno.
Uno siente muy naturalmente la importancia de la madre pero, muy seguido damos por sentado lo importante que son los padres, sobre todo para los varones, en enseñarnos a enfrentar la vida con la tenacidad que hace falta.
Quizás este post se haga un poco largo, voy a echar muchos cuentos porque así es más fácil que entiendas las lecciones detrás de ellas.
Miedo a papá
Mi papá es un negro, relativamente alto, con cara de perro el 90% del tiempo.
Cuando yo estaba muy pequeñito mi papá era muy estricto con nosotros (bueno, nunca ha dejado de ser estricto honestamente). Habían unas formas de hacer las cosas y si te pelabas, lo más seguro es que viniera un regaño terrible o algo peor.
Por eso durante buena parte de mi infancia le tuve un pánico terrible a mi papá. El primer recuerdo de la cara de mi papá que tengo registrado en mi cerebro tiene que ser como de los 8 años (del viaje a La Gran Sabana, in fact). Antes de eso, solo recuerdo ver al piso cuando el se acercaba, me decía algo o cualquier otra interacción de cualquier tipo.
Pero, tan malo como pueda sonar, mi papá no era así de terrible. Solo que cuando uno es pequeño y, además eres un pequeño creativo en una familia que no entiende esos achaques, todo se siente más intensamente.
Un sentimiento que apenas vengo experimentando ahora de grande es la satisfacción de darle a las personas que amas cosas que los hagan sentir bien y mi papá siempre fue así. Los regalos eran todo el año: una barquilla o una rosquita al salir del colegio, un perro caliente si pasamos por el centro de la ciudad, un juguete al llegar del trabajo sin ninguna razón especial.
Mi papá siempre fue un hombre muy dado a demostrar su amor material e inmaterialmente pero cuando uno es carajito, solo entiende lo primero y exagera lo malo de aprender a vivir, que si, conlleva mucho regaño, castigo y momentos que te hacen sentir mal.
Pero mi papá tenía formas curiosas y poco convencionales de recordarnos cuanto nos amaba todos los días. Dos formas destacan muchísimo:
Cuando hacíamos algo malo, mi mamá se acercaba a la cama donde seguramente estábamos llorando luego del regaño o correazos y nos decía que teníamos que disculparnos con mi papá. Así que con mucho miedo nos acompañaba al cuarto y allí mi papá con la voz más suave que pudiese colocar, nos hacía entrejuntar los dedos de las dos manos, colocaba las suyas sobre las nuestras de la misma forma y nos hacía prometer que no lo íbamos a volver a hacer. Era un gesto extremadamente tierno y conmovedor, era difícil pensar en lo malo del castigo después de eso.
Esto todavía lo hacemos: Antes de acostarnos a dormir (o cuando nos despedimos de nuestra charla de la semana), íbamos al cuarto a pedir la bendición (si no eres Venezolano, pedir la bendición es, literalmente, decir "Bendición" a una persona mayor de la familia como muestra de respeto y cariño, a lo que la otra persona responde "Dios te bendiga") y siempre va así:
- Hijo: Bendición
- Papá: Dios Te Bendiga, te amo
- Hijo: Yo también
- Papá: De que tamaño?
- Hijo: De aquí al cielo, ida y vuelta, n veces en un chu chu tren
No conozco a nadie más que haga eso en el mundo mundial.
Tradición e identidad
Uno de los recuerdos que más atesoro de mi papá es que de camino a la escuela siempre escuchábamos música llanera. La misma emisora, a lo mejor él se acordará de cuál era, casi todos los días sin falta a la misma hora ponían El Gabán Coleador de Armando Martínez. La cantábamos juntos todos los días, yo no muy duro porque soy introvertido y le tenía miedo a mi papá pero igual lo hacía, era inevitable.
A lo largo de mi vida adulta la música llanera y mi identidad como venezolano oriental ha hecho la diferencia en un sinfín de ocasiones. No solo para destacar sino para salir de los malos ratos, para superar los guayabos y para hacer hermandad con los demás.
Así como la música, mi papá siempre nos obligó a comer bien en la mesa, a vestirnos adecuados a la ocasión, a comportarnos de acuerdo al entorno, a ser respetuoso con los demás sin dejar de ser auténtico. Nos mostró la buena vida que muchísima gente no puede vivir y placeres simples como comer bien y beber bien.
En mi familia el sitio principal siempre fue la cocina y desde que tengo uso de razón, no recuerdo algo más placentero para mi que un buen plato de comida, que no necesariamente tiene que ser abundante pero si increíblemente sabroso.
Todas estas cosas me hacen pensar que, a pesar de que inevitablemente tenemos que en algún momento oponernos a nuestros padres para buscar nuestro propio camino, mucho de lo que hicieron y lo que vivimos queda en nosotros con una huella imborrable.
Negar lo que somos y de donde venimos, no solo es una estupidez sino una falta de respeto para quienes nos han dado todo lo que han podido.
Castigo y Recompensa
Una de las tantas frases celebres de mi papá es la siguiente: "Uno hace lo que se debe porque tiene que hacerlo, no porque te vayan a dar una recompensa o un castigo" (bueno, más o menos así).
Esa idea era difícil de aceptar para mi siendo un niño. Siempre fui el número 1 en casi todo lo que hacía, excepto en los deportes donde usualmente estaba en el top 10. Siempre destaqué por ser muy inteligente para estudiar formalmente aunque nunca estudiaba (solo era muy curioso).
Aunque siempre fui el mejor mi papá nunca me recompensó por ello, al menos no como lo hacían otros padres. Cuando salía bien en un lapso quizás íbamos a comer a algún sitio pero a los otros niños les compraban teléfono, juegos, juguetes y demás.
Se sentía como algo injusto y seguramente hasta llegué a pensar que mi papá no me quería como aquellos padres querían a sus hijos. Bueno ya sabes que los niños solo entienden el lenguaje de lo material, las otras abstracciones del amor requieren un cerebro más grande.
Por supuesto eso no era así. Mi papá, como ya dije, era muy dado. Siempre nos regalaba cosas, dulces y juguetes sin motivos aparentes. Los regalos de cumpleaños, día del niño y navidad jamás faltaron. Pero siempre dejaba claro que eso no era una recompensa por estudiar o hacer mis deberes, simplemente era una muestra de su amor y aprecio por mi mera existencia.
Los castigos nunca vinieron por no cumplir con lo que él veía nuestra única obligación: estudiar. Por supuesto yo nunca me preocupé por reprobar porque, modestia aparte, siempre fue demasiado fácil para mi aprobar. Pero incluso en el caso de mi hermano, que tenía dificultades con algunas materias en el liceo, nunca lo castigaron por reprobar, más bien buscaron las maneras de ayudarlo con tutores.
Seguramente mi papá no sabía lo importante que sería esa idea para el resto de mi desarrollo como persona.
Cuando uno está haciendo algo nuevo, cuando intenta cosas que nadie a probado y que son arriesgadas, como cualquier tipo de quehacer verdaderamente creativo, se pasa muchísimo tiempo trabajando y sacando cosas que no dan ningún resultado. A veces ni siquiera causan satisfacción personal pero igual hay que seguir haciéndolas si queremos tener el mínimo chance de crear lo que nuestro impulso creativo nos demanda.
Todo trabajo creativo, especialmente en nuestro rincón latino del mundo, requiere una excesiva cantidad de perseverancia. Si uno está acostumbrado a ir por la vida solamente haciendo cosas que le dan recompensas o que evitan castigos, inevitablemente fracasa.
El fracaso no es caerse una vez, es darse por vencido definitivamente.
Lo mi papá hizo forzando esa idea tan dura en nosotros fue blindarnos para que podamos vivir la vida bajo nuestros propios términos y no influenciados por lo que los demás puedan ofrecernos o hacernos.
Un auténtico regalo de libertad con un valor que no se puede comparar con ningún teléfono, juego o juguete.
Apoyo
Como médicos, mi mamá y mi papá eran dos adultos bastante ocupados. Aparentemente, cuando mi hermano nació y se graduaron, llegaron a un acuerdo en donde mi papá trabajaría más y asumiría la mayoría de la carga económica y mi mamá, trabajaría un poco menos y estaría más pendiente de nosotros y la casa.
Igual trabajan bastante los dos. Mi papá salía de la casa a las 6:30 de la mañana a llevarnos al colegio y llegaba a la casa a las 9 - 10 de la noche. Mi mamá salía a las 8 de la mañana y llegaba a eso de las 5 de la tarde. Ese horario se modificaba de vez en cuando.
Como hasta los 6 años, mi papá ni siquiera llegaba a almorzar. Después que nos mudamos a una mejor casa, más céntrica si le daba chance pero igual era 1 hora y todo rápido.
Eso te da una idea de lo ocupado y sin embargo, mi papá nunca dejo de estar ahí en los momentos importantes.
Una graduación, un partido de fútbol, una competencia de natación, una entrega de premio, una exposición importante. Siempre estuvo presente, así solo fuese a verme y salir corriendo de vuelta al trabajo.
Pero a veces no basta con solo estar, hace falta dar un consejo, una palabra de aliento que de valor ante situaciones que dan miedo.
Siempre fui un niño bastante "revolucionario" (odio esa palabra). Armar pedos, hacer que la gente se molestara y se revelara, organizarlos, etc. Todo era pan comido para mi y me encantaba.
Cuando llegabas a 5to año en el liceo, eras como un "Dios" y yo era el Zeus de los dioses. Quería usar mi poder para tratar de mejorar un poco lo que era, pero no sabíamos, el ocaso del Liceo Naval GD José Antonio Anzoátegui. Durante todo el año me empeñé en detener cambios y forzar cambios que no pudieron ser. Me enfrenté con toda la planta de oficiales e inicie una buena cantidad de revueltas, todo manteniendo el orden y la disciplina militar, ya te imaginarás que no fue nada sencillo.
Aún así me degradaron, pisotearon y hasta intentaron botarme porque al final, pasó lo que dije pero ese es cuento para después. A pocas semanas de la tan anhelada graduación, yo estaba muy conflictuado porque había una parte del acto militar en la que te arrodillas ante el director (mi archi enemigo) y besas la bandera de Venezuela que el tiene inclinada. Francamente ese momento se sentía como: "Ah todo malote pero ahora estás aquí arrodillado ante mi para graduarte verdad?" y mi orgullo me estaba matando.
El fin de semana antes de la gran semana, hicimos una comida en la casa que no recuerdo que era pero nos sentamos en el comedor, lo que quiere decir que era una comida especial. Después de comer le comento a mi papá el asunto y el ni siquiera lo pensó medio segundo, me dijo algo más o menos así:
"TU ERES LOCO!? QUE COÑO TE VAS A ESTAR ARRODILLANDO ANTE ESE ... Osea, que tu le haces el trabajo todo el año, les adviertes, pasa la vaina y aparte te tienes que humillar ante ellos? NOJODA. Yo te sugiero que no vayas al acto militar, recibe tu medalla y tu premio de mejor promedio y nos vamos de esa mierda"
Mi conflicto desapareció instantáneamente. Esa última semana fue muy nostálgica y recuerdo que fue difícil para mi decirle a Algelis que iba a hacer eso pero, sorpresivamente, ella me acompañó. Ese día, recibimos nuestra medalla, regalé casi todas las cosas y salimos por el portón del frente con la cabeza en alto.
Como esa, muchas veces la guía, los consejos y el apoyo de mi papá han sido de un valor incalculable.
El Día del Perro
Si mi mamá o mi tía llegan a leer esto seguramente me va a regañar pero es una excelente historia para terminar, lo siento. Este cuento me da mucha risa, cuando lo estaban contando todos estaban preocupados pero yo estaba muerto de la risa por dentro.
El año pasado uno de mis tíos (esposo de una de las hermanas de mi mamá) la estaba pasando bastante mal, aparentemente en casi todo: económicamente, emocionalmente, mentalmente. Tenía la sospecha de que no iba a haber una gran celebración por el día del padre para él.
El esperado día llegó y se paró temprano para ver que no había "movimiento" en la casa y perdió los estribos. Se puso de mal humor y empezó toda una escena que yo siempre me imaginó como los momentos dramáticos de las sitcoms. En medio del conflicto grita una frase que cada vez que la recuerdo no puedo parar de reír:
¿Día del padre? ¡¡SERÁ EL DÍA DEL PERRO!!
No es una frase para reírse pero todo el asunto por alguna razón me parece comiquísimo, debe ser porque ese tío es un echador de broma pero sé que ese fue un momento de dolor real.
Una verdad que es difícil de entender por esposas e hijos es que cuando se es hombre, uno casi siempre tiene que ser la persona más fuerte en la habitación. Ser fuerte significa que aunque tengamos dificultades, inseguridades y sentimientos, seguido tenemos que reprimirlos o ignorarlos para seguir haciendo el trabajo.
La razón por la que los hombre hacemos eso es porque naturalmente todos buscan en nosotros seguridad y estabilidad. Cuando eres un hombre que quiere construir lo que sea: un negocio, un proyecto o una familia, todos van a verte buscando seguridad y cuando no lo demuestres, instintivamente van a empezar a dudar. Las dudas fácilmente se transforman en inseguridades e incomodidades que se hacen más grandes hasta que destruyen lo que sea que infecten.
Cuando empiezas algo estás tan entregado a ello, lo amas con tanta intensidad que no puedes arriesgarte a que eso suceda. Tomas la responsabilidad, asumes tu papel y haces el trabajo que tienes que hacer todos los días para que ese negocio, ese proyecto y esa familia crezcan hasta un punto en el que ya no seas necesario. Eso es lo que hacen los hombres de verdad.
Es una tarea increíblemente difícil porque seguido vas a sentir que estás completamente solo, que nadie te entiende y sin embargo, lo sigues haciendo por amor. Requiere coraje, requiere valentía, fuerza, ímpetu y optimismo.
Esa es, sin lugar a dudas, la lección más importante que me enseñó mi papá: Ser un hombre de verdad es ser fuerte cuando nadie más puede serlo, tener esperanza y fe cuando todos se han rendido, seguir adelante sin importar lo que pase.
Si resultas ser una esposa/pareja o un hijo leyendo esto, hazle una buena celebración del día del padre a tu papá. Créeme, el no quiero tu comprensión ni tu compasión, el no quiere que tu le retribuyas lo que ha hecho porque todo lo ha hecho porque te ama; lo único que quiere es saber que valoras su esfuerzo y que no ha sido en vano.
Tan cliché como pueda sonar, lo único que quieren los padres es que uno viva una buena vida, regálale eso junto con una buena bebida y una buena comida.
Si resultas ser mi papá leyendo esto, seguramente te están consintiendo en la casa y durante otro año yo no puedo compartir contigo (supongo que hay poner tablas a los 4 años que me quedé arrestado durante el día de las madres en el liceo). Pero quiero que sepas que hoy más nunca entiendo muchísimas cosas que antes se sentían muy diferentes y que aprecio cada día por tenerte vivo: cada llamada, cada consejo y cada idea es atesorada increíblemente.
Me siento verdaderamente afortunado y bendecido de que seas mi papá. Lo hago público para que tenga aún más valor.
Si no tienes la misma suerte que yo y no tienes a tu papá con vida o tu relación con él no es así, lo primero que te puedo pedir es que busques dentro del pasado esos regalos invaluables. Si no los encuentras, entiende muy bien este artículo para que seas el mejor padre que un hijo pueda desear.
Mi papá me preparó toda la vida para ser un buen hombre como él y así se lo enseñaré yo a mis hijos.
Dios te bendiga hijo !!!